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martes, 26 de mayo de 2009

Quijoteando y Sanchando


Y quería olvidar su nombre, quien era, su equipaje, todo le venía grande, pesado. Se lió la manta a la cabeza y se fue como vino, sin nada, porque para que quería tanta cosa vana, sólo le sirve de peso, es incómodo tener que vigilar constantemente las pertenencias.
Para que quería los 100 tomos del Espasa, los 1001 peinados de caniche, el Cossio, para que si en la calle no hay estantes, tampoco estaba la mente para batir pensamientos, lo que menos necesitaba en esos momentos era pensar, elaborar pensamientos, deducir, futurar. Sólo necesitaba olvidar, lavar mente, desaguar lágrimas amargas, secar pensamientos rotos.
Por eso salió una mañana, sin decir nada, la verdad, tampoco le escuchaban, para que perder el tiempo con lo valioso que es cuando quieres vivir.
Por equipaje sus pequeños bolsillos, casi vacíos pero con lo suficiente, algo de dinero para pasar el día, mañana amanecerá un día nuevo, un sol igual pero distinto. Donde guardaba lo verdaderamente importante era en su mente, estaba llena de esperanza y más abajo, en su corazón que lo dejó abierto para mostrar su cálido amor por si alguien lo necesitaba o por si alguna bella Dulcinea lo rellenaba, porque en el fondo era un Quijote, por eso se veía así, lleno de locura, de fantasía o quizá, eso sea la verdadera realidad y los demás no ven a los cabrones de los gigantes molineros, a los avaros banqueros en procesión buscando sangre vasalla, a las feas mozas disfrazadas de bellas doncellas riéndose de los sentimientos puros, esa realidad, esa fantasía, esa vida, ese sueño.
Y paró mi taxi y dijo: Mi buen Sancho llévame a la ínsula de la felicidad.
Di la orden a mi navegador, se pasó pensando horas cual sería ese lugar, como veis, la tecnología no ha llegado a la perfección, a Dios gracias.
Solté riendas a mi modus vivendi y no sé en que lugar estamos, tampoco nos importa, estamos mirando el mar. Sacaremos el queso alforjero para yantar y seguiremos soñando e imaginando si cruzando el gran charco consigamos el edén del placer, el oasis de la felicidad.
Y la tinta seguirá rellenando inmaculadas y virginales hojas de dos vidas y la historia continuará.

domingo, 10 de mayo de 2009

El orden de los factores no altera el producto


El orden de los factores no altera el producto
La madrugada acariciaba su piel, ya estaba cansada de tanto trabajo, los sábados por la noche salen muchos jóvenes a disfrutar de la alegría alcohólica. Por hoy ya había hecho suficiente dinero, tampoco es muy ambiciosa.
Al levantar la mano para parar un taxi le brillaron las rojas uñas, el sol le avisaba que tenía que volver a ocultarse, como vampiro, y esperar a la cortina de la noche que todo oculta.
Esos pechos tan grandes llamaron la atención al taxista y ella mostrando su muslo desde esa minúscula faldita, dejó visible la belleza de su cuerpo. Orgullosa siguió mostrando el poderío de su seducción, pero ya no estaba de servicio, entonces le habló al taxista, con cariño y le contó su vida.
De niño, no jugaba al fútbol, no tenía ninguna banda para apedrear a los enemigos, no le gustaban los juegos de niños. Tenía muchas amigas, era un chico diferente, le encantaban las muñecas y sabía mucho de ropas, le cogía las braguitas a su hermana mayor y se las ponía. Todo un problema, una persona que odiaba la violencia, no gustaba de enemigos, pero los aislaron, le llamaban maricón.
Y ahora una vez llegada a su destino, acude al pobre de la esquina, como cada día, y le da su limosna correspondiente, pregunta con atención sobre la familia del pedigüeño y le invita a desayunar. Después de saludar al panadero, al del super, al kioskero, a su vecina la viejita, a la que por cierto, siempre le ayuda subiéndole compras para que la mujer no se caiga por esas empinadas escaleras, abre la puerta de su minúscula buhardilla, tarda poco en desnudarse, solo despojarse de la minifalda, se arrodilla ante su Virgencita, le reza con lágrimas con devoción y se acuesta con la mente y el corazón limpio.
El día le oculta como apestado, pero lo cierto es que como persona es de lo mejor, se llamaba José María, ahora se llama María José, y sigue siendo una de las personas mejores que existe en la vida de sus vecinos y amigos, porque da lo mismo como se llame, es lo mismo José María que María José porque el orden de los factores no altera el producto.