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sábado, 21 de agosto de 2010

Tiempos mejores


Tiempos mejores



A la vista de la fachada fueron las palabras que vinieron a mi mente. La posibilidad de utilizar interrogación incluso admiración tampoco estaría mal, pero una casa humilde no necesita tanto adorno.
No sé nada de la casa, se puede imaginar algo por las grietas y el abandono, por sus adobes desgastados pero firmes aun.
Imagino a la familia en esos tiempos tan duros, privilegiados por tener al menos un techo. Un humilde hogar en tiempos de lucha, trabajo, regado de sudores, sacrificios, incluso en ocasiones hambre.
Posiblemente por la noche, un hijo con el cuerpo molido de acarrear sacos, de labrar, de segar o cualquiera de las faenas con la que ese pretérito castigaba la existencia para lograr algo de comida, encendiera la mecha del candil de aceite para estudiar algún libro de esos que algún profesor con alma le prestaba para su esforzada educación.
La madre sabe que está bien empleado ese aceite, está segura de su hijo, es listo, sabe de cuentas y de letras eso entre gente humilde es bastante, confía mucho en ese esfuerzo, las madres conocen a sus hijos, le ayudará en todo lo poco que pueda.
Tiempos mejores en el modesto hogar. Siempre había niños entrando y saliendo, meriendas de pan con vino y azúcar, juegos, alegrías risas, pocas cosas, muchas esperanzas.
Y un día el hijo abandonó el hogar gracias a la ayuda de alguien importante en el pueblo que confió en la valía del chaval. No defraudó a nadie, siempre se esforzó y al final consiguió ser un importante cirujano. Como cambia la vida.
Y ahora no tiene pasado, el presente y el futuro no le da tiempo a mirar atrás.
Allá quedó olvidada esa casa que aún guarda la huella del aceite quemado en la pared de barro y paja, los techos dejan pasar la lluvia, pero su fachada luce orgullosa que hubo tiempos mejores y que puso su grano de arena para que sus inquilinos también alcanzasen Tiempos mejores.