ESCUCHA EL AUDIO DE LA TORRE, EL CABALLO Y EL ALFIL.
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tira la toalla
pero él no oye nada porque ni en el ring ni fuera
se le ha visto nunca.
Quizás, a su manera, trata de salvarme
del deshonor.
Eugenio Montale
Vienen sólo para pegarse entre ellos
y muchos no tienen dinero ni cama
en la que descansar después de la pelea.
Han cruzado el Mediterráneo
para perseguir un futuro
tan lejano y cercano como la distancia
que separa su piel quemada de la lona.
Cada domingo olvidan sus trabajos
en el cuadrilátero frente a otros
que son rivales y reflejo de sí mismos.
El entrenador, con voz de compañero
de celda, les grita:
patada recta patada con paso patada diagonal
y lo ejecutan perfectamente sin saber
que una tradición lo llama
«el movimiento de la torre, el caballo y el alfil».
Son tan puros como la sangre que salta en un golpe seco.
Tal vez en otro país o en otro mundo distinto a este,
alguien les dijo que aquí podrían honrar sus apellidos.
Por primera vez alguien
se dirige a ellos por sus apellidos.
Este domingo a las ocho de la mañana
busco en ellos mi instinto de morir, mi instinto de matar,
y me juego lo único en mí que no odio, mi nariz,
y me vendo el pecho para parecerme a ellos.
Porque alguien también me dijo
que aquí podría honrar mis apellidos.
«Alguien me dijo que aquí podría honrar mis apellidos». Magnífico poema de Irene. El boxeo y los deportes de contacto siguen dando buena literatura, Santiago. Gracias por esta maravilla.
ResponderEliminarUn fuerte abrazo,
Ismael.
Gracias a ti por tu incansable labor en el mundo de las letras. Hemos hablado bastante de lo que la gente cree mirar sin darse cuenta que no lo ve, el noble arte del boxeo es una de esas cosas, siempre quedaremos los viejos románticos inconformistas con las injustas etiquetas impuestas.
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