ESCUCHA EL AUDIO DE MIKROKUENTISTA, SI KIERES TE LO KUENTO
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Pensé
Al niño que fui
y a la mujer de mi vida, María José.
Pensé ciertamente que me conocía,
que las líneas eran solo rectas
y que mi color era el mejor de todos.
Abrí puertas y cerré otras
y jamás me di cuenta de que lo mejor
era dejarlas entornadas.
Me agarré con fuerza
y me quedé inmóvil.
Fui el centro del universo,
el astro rey, Dios.
Poco a poco me hice humano,
me sentí la piel y el cerebro.
¿Quién soy?
Ni siquiera yo lo sé.
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ESCUCHA EL AUDIO DE LA TORRE, EL CABALLO Y EL ALFIL.
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tira la toalla
pero él no oye nada porque ni en el ring ni fuera
se le ha visto nunca.
Quizás, a su manera, trata de salvarme
del deshonor.
Eugenio Montale
Vienen sólo para pegarse entre ellos
y muchos no tienen dinero ni cama
en la que descansar después de la pelea.
Han cruzado el Mediterráneo
para perseguir un futuro
tan lejano y cercano como la distancia
que separa su piel quemada de la lona.
Cada domingo olvidan sus trabajos
en el cuadrilátero frente a otros
que son rivales y reflejo de sí mismos.
El entrenador, con voz de compañero
de celda, les grita:
patada recta patada con paso patada diagonal
y lo ejecutan perfectamente sin saber
que una tradición lo llama
«el movimiento de la torre, el caballo y el alfil».
Son tan puros como la sangre que salta en un golpe seco.
Tal vez en otro país o en otro mundo distinto a este,
alguien les dijo que aquí podrían honrar sus apellidos.
Por primera vez alguien
se dirige a ellos por sus apellidos.
Este domingo a las ocho de la mañana
busco en ellos mi instinto de morir, mi instinto de matar,
y me juego lo único en mí que no odio, mi nariz,
y me vendo el pecho para parecerme a ellos.
Porque alguien también me dijo
que aquí podría honrar mis apellidos.
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VIII
Al Poeta y Maestro Relojero,
José Manuel Soriano Degracia,
por curar el olvido con amor.
La doctora te dijo
que dibujaras en un reloj
las saetas marcando las doce y cuarto
y las pintaste señalando las siete y media.
Te preguntó por seis nombres de animales,
respondiste tres y volviste a repetirlos.
Después habló conmigo
y dijo aquel nombre
que ya nunca he podido olvidar.
Al salir de la consulta
caminabas de mi brazo,
feliz.
Ya sabemos qué me pasa, dijiste.
Recuerdo aquel espejo del ascensor,
solo miraba tu rostro en él.
En tus ojos nacía una niña
a la que solo podía sonreír.