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viernes, 22 de diciembre de 2023

LA VIDA ES POESÍA. 9 POEMA: ELEGÍA A DOÑA FRANCISCA HERNÁNDEZ ROCA. AUTOR: RUBÉN GARCÍA CEBOLLERO.


ESCUCHA EL AUDIO DE ELEGIA A DOÑA FRANCISCA HERNÁNDEZ ROCA

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Conoce a Francisca en su alegría creadora, con su chispa, su arte y su vida.

https://www.youtube.com/watch?v=5-MsYjcF52k

Siempre estarás luciendo tu especial STYLE...

Gracias por haber dejado abiertos caminos en tiempos de duras sendas.

 



LA VIDA ES POESÍA


9 ELEGÍA A DOÑA FRANCISCA HERNÁNDEZ ROCA.



Autor: Rubén García Cebollero.

Locución y realización: Santiago Cerro el Gorrión de las Ondas.



Elegía a doña Francisca Hernández Roca


Que el Paca Style te acompañe.



No sé como debe ser

el aliento de un búfalo en enero,

pero sí sé que entre el búfalo y la Paca,

el búfalo tenía todas las de perder.

A mi abuela

ni le faltó la vida ni le faltó su genio.

A mi abuela Paca

no le gusta el silencio.

Ella tenía sus propias palabras

y su manera de vivir a su manera,

terca como las rocas, terca como las cabras,

señora del barrio del Buen Pastor, con la cabeza

alta porque sabía cuando decir que no,

por qué decir que no, aunque otros la bajaran

mansos, dóciles, seguros de que era los mejor.

La abuela no temía quedarse al margen, no callar

cuando señalaba las cosas de este mundo

que están mal, cuando enseñaba el dedo apuntando al corrupto,

con una lengua propia del filo de una espada,

más resistente que toda la anestesia del absurdo

que quienes creen que el mundo ya está bien,

que algún día se acabarán las lágrimas

y sabrán qué es la vida y qué es sufrir.

Toda la vida te va a tocar luchar

y habrá quien no vislumbre la victoria

pero la Paca siempre fue la Paca,

generosa para lo bueno y lo malo,

valiente pese a la adversidad,

rebelde por culpa de un poder

que esperaba comprar su dignidad,

sin saber que el cariño y el respeto

ni se compran ni se venden, que la fe

de la Paca era el trabajo, que sabía

pedir perdón a su manera,

que trabajó en la fábrica

Coats y en la mesa aún sentía el hambre

de una guerra, que seguiría jugando

hasta que el azar reincidente se cansara

de premiar sus cupones, porque a la Paca

había que quererla a su manera,

con su humor, con sus palabras, con la fuerza

de quien nunca se equivoca, en bata,

cocinando macarrones, con la compra

camino de un hogar donde la vida esparce

las grietas del dolor y la memoria,

la luz de quien siempre supo

darle sentido a las palabras libertad,

dignidad, resistencia.

La Paca siempre fue la Paca.

No podía entrar dócilmente

en esa noche donde todo se acaba,

pero seguro que mañana

el cielo está más limpio,

que cerrará una puerta

y abrirá una ventana,

que diga lo que diga

nunca podré contarte

lo que duelen las palabras no dichas,

los abrazos no dados,

el precio de saber ser

quien eres, quien quieres ser,

libre, resistente y digna,

como una señora del barrio del Buen Pastor,

como una hermana, como una madre,

como una abuela, como una bisabuela,

que lo fue todo y siempre

a su manera,

como el bocata chorreando aceite,

las judías verdes, los platos de patatas,

la herencia de esa tierra murciana

o ese nacer en navidad, cuya eterna huella

como un perdido barrio

nos deja en el recuerdo

nuestra indomable Paca.


Rubén García Cebollero

4 de enero de 2019



LOCUTOR Y PRODUCCIÓN: SANTIAGO CERRO, EL GORRIÓN DE LAS ONDAS.


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domingo, 17 de diciembre de 2023

LA VIDA ES POESÍA. 8 LAS MUJERES. POEMARIO: SALVANDO LAS DISTANCIAS. AUTOR: JOSÉ ANTONIO JIMÉNEZ NAVARRO.

 


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LA VIDA ES POESÍA


8 Las mujeres.


Poemario: Salvando las distancias.

Autor: José Antonio Jiménez Navarro.


Locución y realización: Santiago Cerro el Gorrión de las Ondas.



A los poetas 
que con sus versos
nos hacen viajar,
incluso en el tiempo.

Las mujeres.



La infancia ha sido para mí, sobre todo, las mujeres.

Las mujeres junto al agua, la arcilla entornada, el murmullo de las
caderas en el interior de los cántaros los imanes redondos de la 
fertilidad.

Las mujeres en el lavadero municipal; el añil desleído, las manos
en la culminación de la blancura, las palabras procaces, las centellas
verdes de la risa fecundando a la mañana sobre un jergón de 
huertos y acequias gobernados por la dulzura.

Las mujeres arrodilladas en la márgenes de un río, frotando retazos
de cielo sobre las losas, extendiendo la ropa sobre el espino,
las bragas blancas, las sábanas proscritas.

Las mujeres acarreando gavetas de sol, aromas limpios como días
de fiesta.

Una madrugada de abril, dos o tres mujeres asistiendo al parto de 
mi madre, junto a mi cama.

Las mujeres amasando pan, sucias de amor y harina.

Las mujeres junto a los hombres, ásperas de corvellas y azadas,
fatigando las laderas de espliego, la tierra negra, la extensión
amarilla de las hazas.

Las mujeres en el descanso, rendidas por la risa, extenuadas.

Las mujeres bajo el polvo dorado de la trilla.

En el atardecer, las mujeres con las gallinas, en el pajar. Y en las orillas
rojas del otoño, desgranando judías sobre un retal de arpillera.

Una mujer de luto, abriendo caminos en la nieve hacia algún destino
familiar.

Las mujeres en la matanza, el brazo sumergido en el lebrillo de la sangre,
círculos bajo los gruñidos de la muerte, negros calderos humeantes,
las vísceras azules, los olores grises, calientes, el agua y el cuerpo blanco
del animal inmóvil, como un dios ultrajado.

Las mujeres encendidas en lo inmediato, renegando.

Las mujeres en la cocina, en secreto con los cacharros, trajinando,
suspirando sobre la lluvia de las sartenes.

Las mujeres junto al fuego, remendando la ropa de la conformidad. Y 
bajo el hechizo de las llamas, una mujer cuyos ojos se pliegan como la
flor del tiempo, evocando la aurora boreal de 1938, el resplandor insomne
de un país incendiado.

Las mujeres junto a la cama de los enfermos.

Las mujeres, en una casa visitada por la muerte, afinando los violines
negros de la resignación.

De tanto en tanto, una mujer sin hermana y sin madre... y otra vez, desde
la noche de los tiempos, en la voz de una niña cuya dulzura es de otro
mundo, la llamarada de las palabras que regresan: yo me quedo con la
mama para que no la empiece el gato.

Las mujeres con pedazos de pan, encendiendo las sombras,
distribuyendo el amanecer entre los durmientes.




LOCUTOR Y PRODUCCIÓN: SANTIAGO CERRO, EL GORRIÓN DE LAS ONDAS.

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domingo, 10 de diciembre de 2023

LA VIDA ES POESÍA. 7 II. POEMARIO: HACER SILENCIO. JOSÉ MANUEL SORIANO DEGRACIA.

 

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LA VIDA ES POESÍA


7 II.


Poemario: Hacer silencio.

Autor: José Antonio Soriano Degracia.

Locución y realización: Santiago Cerro el Gorrión de las Ondas.



II

Al Poeta y Maestro Relojero,

José Manuel Soriano Degracia,

por curar el olvido con amor.


Ayer llegué a la casa del pueblo.

Demasiado tiempo sin volver,

la memoria adolece de dirección

y contradice al deseo.


Apenas limpié,

pero dejé abiertas de par en par

todas las ventanas

esperando que entrase la luz de otro tiempo.


Paseé de puntillas de arriba abajo,

perdido,

como si la casa fuera un hogar extraño

donde solo las huellas habitan a sus anchas,

donde el eco es un refugio

de quien ya no está a tiempo de llegar.


Sentí cada rincón esperando ser vivido,

cada estante, cada libro, cada espejo,

y aunque para las cosas el recuerdo no late

sentí como se le caían las hojas a la memoria,

una ofrenda de lágrimas

en la que quise reconocerme, transeúnte,

bajo las caricias lejanas de tus manos.


Y al llegar la madrugada,

malherido sin sangre,

deshojé las horas

y volví a ser el hombre

que busca tu calor

en el cuerpo de mármol

que roza mi soledad cada noche.



LOCUTOR Y PRODUCCIÓN: SANTIAGO CERRO, EL GORRIÓN DE LAS ONDAS.


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lunes, 4 de diciembre de 2023

LA VIDA ES POESÍA. 6 LOS CABALLOS DE AQUILES... POEMARIO: ÍTACA Y OTROS POEMAS. AUTOR: CONSTANTINO PETROU CAVAFIS. TRADUCCIÓN DE LUIS ALBERTO DE CUENCA.

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LA VIDA ES POESÍA


6 Los caballos de Aquiles


Poemario: Ítaca y otros poemas.

Autor: Constantino Petrou Cavafis.

Traducción: Luis Alberto de Cuenca.

Locución y realización: Santiago Cerro el Gorrión de las Ondas.



A Ismael López Gálvez
por su contagioso amor
a los GRANDES CLÁSICOS.

Los caballos de Aquiles


Cuando a Patroclo vieron muerto, al joven Patroclo,
tan hermoso, tan fuerte, los caballos de Aquiles
rompieron a llorar ante la prepotencia
de la muerte. Y la ira y el llanto se adueñaron
de su naturaleza inmortal, y golpeaban
el suelo con las patas, lamentando la suerte
de Patroclo o, más bien, de lo que fue Patroclo,
porque ahora no era más que un montón de huesos
camino de la Nada.
    
                                                                   Zeus reparó en las lágrimas
de aquellos animales y, lleno de tristeza,
dijo: <<Nunca debí regalaros entonces,
cuando casó Peleo. Vosotros, liberados
de vejez y de muerte, no tendríais que haber
servido al infeliz linaje de los hombres,
ni haberos implicado en sus adversidades.
No merece el dolor humano vuestras lágrimas>>.
Pero las nobles bestias, ante la ineludible
realidad de la muerte, continuaron llorando.



LOCUTOR Y PRODUCCIÓN: SANTIAGO CERRO, EL GORRIÓN DE LAS ONDAS.

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domingo, 26 de noviembre de 2023

EL TEMPLO DE LAS ÁNIMAS. ESPECIAL NOCHE DE DIFUNTOS... 5 LA LEYENDA DE LA CALLE DEL NIÑO PERDIDO.

 

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EL TEMPLO DE LAS ÁNIMAS. ESPECIAL NOCHE DE DIFUNTOS.


5 La leyenda de la calle del niño perdido.

A Alejandro Carmona
 por construir un Templo en las ondas,
llevando la magia y el misterio 
a todos los hogares.


Corría el año de 1659, don Adrián de Villacaña, un rico y poderoso caballero, zarpó de Europa hacia la Nueva España junto con su pequeño hijo Lauro. Los dos cargaban con el pesado dolor de haber perdido recientemente a doña Leticia, esposa de don Adrián y madre del niño. Por ello, el señor de Villacaña creyó que su hijo podría sobrellevar de mejor manera la pérdida de su madre si se cambiaban de continente.

 

El trayecto de España a América fue largo y tortuoso. Sin embargo, lograron llegar a las costas mexicanas. Lo primero que hizo don Adrián fue comprar una gran casa en el centro de lo que ahora es México, contrató sirvientes y adquirió todo tipo de animales exóticos. No obstante, el niño Lauro seguía triste y ensimismado.

 

El tiempo pasó y en un año, Lauro no había hecho ningún amigo. Don Adrián comenzó a preocuparse cada vez más por su pequeño hijo. Al mismo tiempo, el señor Villacaña fue diagnosticado con una rara enfermedad que le dejó con los días contados. La muerte no era lo que más le asustaba sino la idea de dejar solo y desamparado a su hijo. Así que decidió tomar una urgente medida: se casaría lo más pronto posible, así de esta manera, su hijo quedaría al amparo y cuidado de una madre.

 

Por las calles comenzaron a correr rumores: don Adrián buscaba una mujer para casarse, no importaba la edad ni la condición social siempre y cuando se comprometiera a cuidar de su hijo, pues a él le quedaba poco para el último viaje.

 

Muchas fueron las mujeres que se presentaron ante don Adrián, pero ninguna logró impresionarlo. Esto cambió al ver a doña Elvira, una hermosísima mujer de mirada altiva adornada por un hermoso cuerpo. Don Adrián, quedó prendado de ella y, como sabía que el tiempo le escaseaba, decidió pedirle matrimonio tres días después de conocerla.

 

Doña Elvira era famosa por su gran amor… al dinero, por eso a nadie le pareció raro que aceptara la oferta. Días después de la boda, la señora Elvira, fue a la casona para vivir con los dos varones. Sin embargo, el niño Lauro, después de conocerla tuvo un ataque de ira y le gritó a su padre que esa mujer no era buena, que quería que se fuera. Pero don Adrián no lo escuchó.

 

Pasaron los meses y la situación en la casa de don Adrián no mejoraba, es más empeoraba. Elvira y Lauro discutían todo el tiempo, se odiaban tanto que apenas podían verse. El día a día bajo ese techo se hacía más insoportable hasta que, el silencio se apodero de la casa ¿Pero qué es lo que había sucedido para que enmudeciese la casa?

 Algo terrible sucedió… El niño Lauro, había desaparecido.

 

Los sirvientes lo buscaron durante todo el día en la casa, en las calles de la ciudad sin encontrarlo. Al llegar la noche los criados dijeron a don Adrián que no encontraban al pequeño. Con la cara pálida, Villacaña entró a su recámara para decir a su esposa que Lauro no estaba, había desaparecido y que debían hacer algo. Sin embargo, la mujer, que estaba probándose costosos vestidos, apenas le miró, respondiéndole de manera déspota y grosera: “y a mí qué me importa”.

 

Don Adrián quedó horrorizado ante la respuesta de su mujer. A pesar de esto, decidió no perder tiempo e inmediatamente organizó un grupo de búsqueda. Salieron todos con antorchas gritando desesperados: “¡Lauro!, ¡Lauro!, ¡niño Lauro!, dónde estás?” … Un silencioso frío enmudeció las voces.

 

Don Adrián sufrió semanas de tortuosa angustia, seguía sin dar señales de vida el niño. Por el contrario, la señora Elvira andaba como si nada hubiera pasado, incluso hacía sus compras habituales y se paseaba por las calles con una sonrisa perversa que le retorcía el rostro. Al verla actuar así don Adrián, cayó en la cuenta del gran error cometido al elegir tal esposa y haber hecho caso omiso a las palabras de su hijo.

 

Una tarde, llegando al ocaso, no se sabe si por el dolor de la pérdida del niño Lauro, la enfermedad de don Adrián se aceleró gravemente. Apenas comía, las fuerzas le abandonaron, hasta que, sucedió lo que todos esperaban: don Adrián falleció con el triste dolor de no haber encontrado a su hijo.

 

Doña Elvira heredó las riquezas de su difunto esposo. Trató de aprovechar al máximo su dinero. No obstante, la gente no la miraba con buenos ojos, nadie la quería, incluso muchos la culpaban por las tragedias que habían destruido a la familia Villacaña.

 

Nadie asistía a las fiestas que organizaba doña Elvira, tampoco tenía amigos ni familiares que la visitaran. Esto provocó que, poco a poco la heredera se volviera loca.

 

Pese a que pagaba bien, pocos sirvientes querían servir a la señora de Villacaña, solo los más pobres lo hacían por pura necesidad, aguantando el sombrío semblante de aquella mujer de tan agrio carácter. Doña Elvira se había vuelto más fría e inaguantable.

 

Así transcurrieron varios años, la edad fue castigando el cuerpo de doña Elvira y poco a poco fue consumiendo lo que quedaba de aquella resplandeciente y hermosa mujer. Cada vez se aislaba más hasta que, un día, una de las sirvientas entró a dejarle el desayuno a la señora, pero ésta la tomó de las manos y comenzó a gritarle que la dejara en paz, que ella no había matado al niño. Segundos después, en un terrible ataque de locura, la señora Elvira se tiró por la ventana.

 

Nadie se explica cómo se encontró una llave caída en el suelo. La sirvienta, después de reponerse ante tal suceso, tomó aquel pequeño objeto metálico entre sus manos y lo apretó. Segundos más tarde, llegaron dos de sus compañeros de trabajo y le preguntaron qué había pasado.

 

La sirvienta estaba muda, solo pudo extender la mano y darles la llave. Los dos hombres intentaron abrir varios muebles y puertas secretas dentro de la casa pero con ninguna funcionaba hasta que, de pronto, una puerta que había permanecido cerrada se abrió sola, sin que nadie pudiera explicar cómo había sucedido.

 

Inmediatamente, una peste invadió el ambiente. Los criados tenían mucho miedo pero aun así se acercaron, en la habitación solo había un librero que resultó ser una puerta secreta. Cuando lograron abrirlo, encontraron un baúl. El olor espantoso provenía de ese lugar. Todos se armaron de valor y probaron la llave.

 

Al abrir el baúl, los hombres lanzaron un grito de horror, ¡ahí estaba el cuerpecito de Lauro! El pequeño estaba maniatado y con la boca amarrada con uno de los pañuelos de seda de doña Elvira.

Después de tal hallazgo y no quedar nadie de la familia vivos, la casa quedó cerrada deteriorándose noche a noche. La gente dejó de pasar por la fachada de la casona porque notaban como se les erizaban la piel, sintiendo a la vez un frío de ultratumba. Cuando sonaban las campanas dando la medianoche, dentro de la casa deshabitada se podían escuchar las risas o lamentos del niño Lauro… A partir de entonces, nadie quiso volver a aquel lugar y la calle fue apodada como La Calle del Niño Perdido.


LOCUTOR Y PRODUCCIÓN: SANTIAGO CERRO, EL GORRIÓN DE LAS ONDAS.


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domingo, 19 de noviembre de 2023

ADULTO O PEQUEÑÍN, SABOREA LAS SUTILEZAS DEL INIMITABLE MULÁ NASRUDÍN... 22 ESPOSA Y SECRETARIA.

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 Adulto o pequeñín, saborea las sutilezas del inimitable Mulá Nasrudín.

22 Esposa y secretaria. 




DICHO DEL MULÁ NASRUDÍN: Si sobrevivo a esta vida sin morirme, me sorprenderé…


Nota: En la página encontráis el texto completo, pero no dejéis de escuchar el audio del cuento, os sorprenderá, muchas gracias.

Con tu secretaria a tu mujer no debes de engañar,
porque con el sacapuntas te puedes encontrar.


22 ESPOSA Y SECRETARIA.


-Tienen una interesante costumbre en Inglaterra -dijo Nasrudín- y me gustaría copiarla.

-¿Qué costumbre es ésa?

- Los hombres de negocios se llevan a sus secretarias a París y fingen que son sus esposas.

-¡Pero si tú no tienes secretaria!

-He pensado en eso. Lo único que tengo que hacer es llevar a mi mujer a París y decir que es mi secretaria.


Y si escuchas hasta el final... Una sorpresa encontrarás.


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domingo, 12 de noviembre de 2023

CARTA A UNA HIJA RESUCITADA

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CARTA  A UNA HIJA RESUCITADA


A Miguel Jaldo, por la futura llamada
y porque lo prometido es deuda.
A todos los padres y madres 
que se ven ante Salomón
desgarrándose el corazón...


Carta a una hija resucitada

 

Querida y resucitada Irene:

 

El motivo de la presente, es soltar de este herido corazón, lastre caducado, venenos del pasado, palabras que fueron puras cuchilladas, sentimientos envueltos en lágrimas que el destino con creces se ha cobrado y, por supuesto, agradecerte aquella milagrosa llamada en la que nuevamente volviste a formar parte de mí.

 

No pude ver el milagro de tu primer momento, ese mágico instante que fue tu nacimiento. Quise entrar a recibirte, pero, aquellos eran otros tiempos, los doctores de La Paz no me lo permitieron. Me dolió mucho no asistir a tu alumbramiento porque eras mi pedacito de cielo viniendo a la vida, mi más hermosa esperanza para seguir conjugando futuros verbos, pero…

 

Sin embargo, más suerte tuve con tus hermanos. A su recibimiento sí me dejaron entrar. Siempre recordaré esos primeros momentos llegando a la vida, sí, allí estuve yo, han sido los instantes más hermosos de mi existencia, ver vida, saliendo a la vida. Gracias por esa magia y gracias por haberme elegido a mí; a veces pienso que no os merezco pero… La verdad, siempre he hecho todo lo posible por mostraros las cosas más importantes, según mi criterio, por enseñaros a ser buenas personas en este difícil camino. En este momento, la verdad, me siento orgulloso al ver el resultado, porque la verdad mucho, mucho os quiero.

 

Irene, tu fuiste en mi vida el primer milagro, todo un gran regalo ¡cómo disfruté esos momentos! Pero, como has podido ver. la vida no es como uno desea, si no como el destino te lo plantea, él nos cambió de rumbo, solo te puedo decir que lo siento mucho, no era esa mi intención, pero …. Pasó lo que pasó. Me quedo simplemente los buenos recuerdos: tu luminosa y alegre sonrisa de estrellita. El tete que siempre adornaba tu carita, con esos paseos por el Burgo Centro (tú quizá, no, pero yo sí los recuerdo) íbamos juntos de la mano, siempre igual, caminando con el Fraguel sobre tus bracitos ¿creías que me había olvidado? Pues no Irene, no puedo olvidar estos tesoros que forman parte de mí, y es que cariño, tú eres un pedacito de este corazón partido, sí, te lo repito, siempre has formado, formas y formarás parte de él.

 

El destino nos trocó la vida, un inesperado y amargo momento nos separó. Tres añitos tenías, tres, tres mil lágrimas lloré al tener que dejarte de ver. Quizá debí tomar una distinta decisión, pero quién sabe, es difícil el presente como para volver a intentar un pasado diferente. Y es que no podía consentir verte como un objeto, una moneda de cambio, tú no eres eso, no hija, no. ¿Quién es el culpable? Jamás lo sabré. La verdad, no culpo a nadie, fue cosa del pasado, esos odios y rencores que afortunadamente ya pasaron. No me gustó lo que vi, decidí no sufrir más y que tu madre disfrutase de ti. Entonces me alejé, negras nubes lloré al partir conjugando el verbo morir. Sí, así de duro fue el doloroso epitafio que escribí: “Mi niña, hasta los 18… Y no lo olvides que mientras tanto debes de ser feliz”.

 

Fue un presentimiento, porque justo a esa edad, recibí tu llamada, Irene, volví a llorar, pero de alegría, créeme que la emoción me embargó al oír tu voz, 15 años es mucho tiempo de lapidario olvido, sé que a ti te pasó lo mismo, niña, eres mi hija, has heredado muchos gestos míos, no me lo puedes negar.

 

Gracias, por haber elegido los consejos de tu corazón, no te importe que alguna vez te hayan fallado, para el aprendizaje es la moneda de pago. Hoy te escribo, después de haber pasado tantas hojas de calendario, hoy que por fin hemos charlado. Han sido momentos en que el Nirvana, comparado contigo, me ha parecido un simple caramelo. Escuchando tu voz, te miraba y me decía en los adentros: cómo ha cambiado, era una beba y ahora toda una gran mujer y es que en 15 años avanza mucho el tren. Gracias una vez más, por esa bonita charla, eres una persona que sabe lo que dice y quiere, gracias por tus besos de dulce miel, gracias por tus abrazo que calentaron a mi herido corazón, gracias por el paseo agarrados de la mano, gracias por la sensación que no sentía desde hacía tanto...

 

Hija, te pido perdón, por no haber estado a tu lado en el pesado pasado y es que algunas veces somos por la vida muy maltratados. Tuve que tomar una salomónica decisión, porque dividirte en dos nunca es una buena solución.

 

Vuelvo a agradecer el regalo de vida que me diste, en esos inolvidables momentos de ilusión, ellos fueron los que hicieron nuevamente latir mi corazón. Te amo, Irene, te quiero una jarta, hasta el infinito y más allá, me consuela que lo pasado te servirá para cuando seas madre, sé que las carencias afectivas que sufriste, ellos nunca las pasarán.

 

Espero que me hayas comprendido, mi hija resucitada, si en el pasado te enterré, fue por no sufrir más ninguno de los tres, quizá me equivoqué, pero lo que sí puedo asegurar es de lo orgulloso que me siento de ti, contemplando la gran mujer en que te has convertido, tú sola, sin mi ayuda, tú sola, con un gran esfuerza. Me hubiese gustado haber estado a tu lado en todos los malos ratos que has pasado, pero ya ves… no pudo ser. Confío que una nueva luz premiará ese pesado con el amor que te fue negado.

Irene, ya sin más de ti se despide este padre que tanto te quiere, deseando poder vernos más a menudo, tú y yo solos, aunque no venga ese tal menudo.

 

Tu padre: Santiago Cerro, el Gorrión de las Ondas.


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