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domingo, 8 de diciembre de 2024

LA VIDA ES POESÍA. 19 LA TABERNA. AUTOR: JOSÉ MARÍA ANDREO.


 ESCUCHA EL AUDIO DE LA TABERNA.






LA VIDA ES POESÍA


19 La Taberna.


Autor: José María Andreo.

Locución y realización: Santiago Cerro el Gorrión de las Ondas.



La taberna.

A José María Andreo,

por la creación.

 

Estaba delante de la entrada y seguí las instrucciones que me acababan de dar. Llamé y corrieron el ventanuco. Unos ojos se fijaron en mí y me dijeron:

—La taberna…

Contesté:

—… a ninguna parte.

Abrieron y delante de mí se mostró un mundo imposible de imaginar antes de cruzar la puerta. Solo se veían hombres de cuestionable pelaje. Al fondo, en la barra, dos mujeres pelirrojas servían copas a diestro y siniestro. Sobre el escenario, se estaba interpretando Cabaret. Las camareras apartaban las manos acosadoras conforme iban de cliente en cliente.  En el centro: ruletas, mesas de bacarrá y, por todos lados, máquinas tragaperras.

Yo tenía el encargo de averiguar qué pasaba en aquel lugar que decían extraño y peligroso. Cuando acepté el trabajo, puse la condición de que, una vez resolviera el caso, volvería a mi vida placentera. Aquel sitio, dadas la seis de la mañana, se trasformó misteriosamente en un espacio de culto.  Las estanterías repletas de libros ocupaban ahora casi toda la zona. Por su parte, las personas y su ruido desaparecieron como se evapora el éter, sin enterarme. En el centro, habitaba una mesa rodeada por un mostrador. Lo regía una mujer de mediana edad. Le pregunté qué había pasado con la taberna y me contestó de manera airada que eso lo sabría yo.

Estuve el resto del día dentro, esperando que dieran las doce de la noche para comprobar si ese lugar volvía a transformarse en el infierno a ninguna parte al que entré. La mujer me ofreció tomar algo, pero desconfié de inmediato de sus intenciones. Había algo extraño en ella, algo extraño en el lugar. Los nuevos clientes pasaban en silencio y, con respeto, le pedían un libro a la directora. Ella, con la misma falsa sonrisa que les dedicaba a todos, les recomendaba siempre el mismo. Sin embargo, nunca, en todo el tiempo que estuve allí, la vi leer.

Al llegar las doce de la noche, sonó una campanilla y, en un abrir y cerrar de ojos, aquello volvió a convertirse en un night club. Esta vez, la mujer encargada de la «biblioteca» apareció vestida de rojo, con un talle a medida, las medias perfectas y con un pelo rubio platino que resaltaba los labios carmesíes. Me quedé inmóvil, sin mover una pestaña, sin apartar la vista de su tez. ¿Cómo podría yo probar en un informe lo que había visto? ¿De qué manera sabría explicar que aquel sitio era uno y otro al mismo tiempo? Sin decir nada, aguardé hasta el amanecer y salí rápido de allí. Cuando me giré, en el luminoso ponía: «Café de los Poetas».

Ya en mi despacho, me encontré de nuevo con varias personas que querían que siguiera investigando el caso del night club. Decliné con espanto la invitación, por supuesto. Luego recé, recé para que en la «Taberna a Ninguna Parte» no volviera a aparecer aquel diablo de color rojo ni el horror de su forma humana.


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