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domingo, 21 de julio de 2024

EL TEMPLO DE LAS ÁNIMAS. ESPECIAL NOCHE DE DIFUNTOS... 4 LA LEYENDA DE LA LLORONA.

 

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EL TEMPLO DE LAS ÁNIMAS. ESPECIAL NOCHE DE DIFUNTOS.


4 La leyenda de la Llorona.


A Alejandro Carmona
 por construir un Templo en las ondas
llevando la magia y el misterio
a todos los hogares.


La leyenda de la Llorona es una de las más populares y versionadas narraciones en México. A pesar de eso, todas coinciden en tener como protagonista a una mujer. Conoceremos la versión de esta desgarradora leyenda que se cuenta en Puebla, vamos pues a comenzar con: 

 

La Leyenda de la Llorona

 

La fogata ardía y las llamas se agitaban como si quisieran escapar de algo. De repente, todo quedó en silencio, ya nadie reía, nadie hablaba, la callada oscuridad de la gélida noche nos abrazó. Solo permanecía el susurro de un viento frío que acariciaba nuestros rostros agitándonos los cabellos. Entonces, como si se tratara de una película de terror, una mujer emergió de entre los árboles.

 

Todos sabíamos de quién se trataba: “¡cuidado con la Llorona!”.  Nuestros abuelos y padres nos habían avisado de su existencia, no cabía la menor duda, esa mujer salida de la nada era ella, la Llorona. Traté de convencerme que no era real, no podía serlo, pero la realidad era lo que estaba viendo, el etéreo cuerpo de la Llorona.

 

La mujer lanzó un terrorífico y estremecedor grito. Miré los rostros de los demás y una palidez extraña los había poseído. Sus cuerpos estaban inmóviles como si temieran llamar la atención de aquella aparición; no puedo negarlo, yo también tenía miedo.

 

Quise moverme pero la Llorona estaba demasiado cerca de mí, las piernas simplemente no me respondían. De pronto, sus gritos cesaron y una calma tenebrosa invadió el ambiente. Sin embargo, el silencio no duró mucho.

 

De pronto, la Llorona levantó el velo que le cubría el rostro. Como si se tratara de un rito demoniaco, dejó al descubierto su pálido y demacrado rostro. Sus ojos parecían hurgar en lo más profundo del alma. Me miró e intenté desviar la vista pero una especie de magia me lo impedía. La contemplé y entonces comenzó a hablar…

 

“No, yo no era como me ven ahora, yo era hermosa, no estos despojos de mujer atormentada, ¡pero fue su culpa! La culpa de ese hombre. Él me engañó, ¡me destrozó el corazón!”, dijo la Llorona con una voz tan afligida como si fuera capaz de revivir el momento que la trastornó, una y otra vez en esta infinita angustia.

 

“Yo lo amaba, pero éramos muy distintos. Él era un criollo, sus padres eran ricos y yo no tenía nada, solo mi amor, así que sin pensarlo me entregué a él. Formamos un lazo que dio como fruto dos pequeños… mis hijos”.

 

“Pasaron algunos años y el amor que creí que sería para siempre, se terminó. De la manera más cruel me dijo un día ‘voy a casarme’, ¡y yo me volví loca!, le dije que no podía hacer eso, que yo lo amaba, que teníamos dos hijos, pero él me tomó de las manos violentamente y dijo que yo era una ‘cualquiera’ que solo quería su dinero… dijo, ¡dijo que yo no lo amaba y que me quitaría a mis hijos! Mis hijos, mis pequeños hijos… Así que esa noche supe que tenía que hacer… él no podía llevarse a mis niños, yo jamás lo permitiría”.

“Esa misma noche fui por ellos y les dije que iríamos de paseo”…

 

“Caminamos como siempre lo hacíamos, iban muy contentos, recuerdo sus saltitos y su alegría tan infantil, tan inocente… Casi me arrepentía de lo que estaba a punto de hacer pero, justo cuando llegamos a la orilla, escuché una voz que gritaba ‘mátalos’, ‘mátalos’. ¡La voz no se detenía y no sabía qué hacer!, quería que se callara pero no lo hacía. Una terrible ira me invadió y recordé al canalla que me había humillado, al canalla que quería quitarme a mis hijos. Sentí como todo el amor que tuve hacia ese hombre se transformaba en un colérico odio.

 

“Sin pensarlo más, tomé a mis hijos sumergiendo sus cabecitas en el agua. Ellos luchaban por su vida, daban golpes al agua, pero yo no dejaba de presionar sus cabezas hasta que de repente, su cuerpos dejaron de moverse”.

 

“Entonces comprendí lo que acababa de hacer. La voz ya no me hablaba y un dolor gélido y agudo, como espada, poseyó mi cuerpo asentándose en mi pecho. ¡Había matado a mis hijos! Yo, su propia madre, la que tenía que cuidarlos y protegerlos, les había arrebatado la vida, ¡no pude más!, ¡la gente jamás lo entendería!, nadie podrá entenderlo… ¡una madre que mata a sus propios hijos! Así que me metí al río hasta que el agua cubrió por completo mi cuerpo y en ese total abandono dejé de sentir ese cruel dolor…

 

El espíritu terminó el relato, una lágrima tras otra fue humedeciendo su ajado rostro. Me pregunté cómo podía un hombre utilizar de esa forma a una mujer, también me inquietó que una madre pudiera asesinar a sus hijos y, lo que es peor, me heló la idea de cuanto tiempo tendría que vivir esta atormentada ánima con la carga de tan terrible dolor.

 

La Llorona nos lanzó una última mirada. Se fue mientras gritaba aquella frase que terminó de congelarnos la sangre: “Aaaay mis hijos”. En ese momento, hasta el aire pareció entristecerse. El grito de la Llorona se alejó de nosotros igual que ella, pero el silbido del viento permaneció como el recuerdo de una desgracia latente que sería imposible olvidar.


LOCUTOR Y PRODUCCIÓN: SANTIAGO CERRO, EL GORRIÓN DE LAS ONDAS.

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