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JARDÍN Y TREN ELÉCTRICO.
Para mi nieto, Jaime de Cuenca y Barella.
En el principio, siempre hubo un jardín.
No importa si era tuyo o del vecino,
como dice Pessoa. Un jardín con un pozo
de verdad (no el del juego de la oca,
que no es más que un trasunto de la muerte),
y con un membrillero que, al final del verano,
daba ricos membrillos, y con castaños de Indias,
y con una caseta blanca donde guardar
los útiles que usaba el jardinero.
Y, en medio del jardín, un edificio lúgubre,
cuadrado, de dos pisos idénticos, con una
escalera de piedra que llevaba a la puerta,
normalmente cerrada a cal y canto.
Dentro de aquel siniestro caserón,
que mis ojos de niño poblaban de fantasmas,
se encontraba a la izquierda del hall el cuarto mágico,
divino, inenarrable, donde mi padre había
instalado su tren eléctrico, su Märklin,
en un maravilloso contexto de montañas
con sus funiculares, de un lago de bañistas,
de un pueblo con su Rathaus y su estación de muchas
vías, donde unos trenes descansaban y otros
seguían dando vueltas al circuito,
inmaculadamente coordinados.
Allí estaba, allí estuvo la preciosa maqueta
que construyó mi padre durante tantas horas,
tantos días y tantos años, con el afán
de crear también él, no solo Dios, un mundo
en que el ferrocarril era el protagonista,
y todo funcionaba, y no había retrasos,
ni desdenes, ni angustias, ni ese terrible pánico
que siembra el desconsuelo de saberse finito.
La habitación del tren era un salvoconducto
para viajar tranquilo por el país en guerra
que es, siempre, la existencia.
Pero el tiempo pasó
y comenzó a cantar su canción de exterminio,
y ni el jardín ni el cuarto donde reinaba el tren
lograron escapar de su letal abrazo.
Hoy solo son recuerdos de una infancia feliz.
2 comentarios:
Gracias, Gorrión. Hay que sentir mucho para hacer lo que haces. Has cogido un excelso poema de la nostalgia y lo has convertido en un recuerdo vívido. Uno consigue desaparecer por un momento para encontrarse en la habitación del tren. Nuevamente gracias, por llevarme, junto a don Luis, a los recodos de la infancia.
Un abrazo,
Ismael.
Muchísimas gracias, Ismael, el poema de don Luis que me pasaste desde el primer momento me trasladó a y a nuestra infancia. Quién no ha deseado una habitación mágica con un tren que no lleva prisa que simplemente te ilusiona con su juego de vías sin descarrilar... Gracias, Ismael, me pasas siempre verdaderas joyas, muchas gracias.
Dos brazos para que repartas con Isabella.
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