UNA HISTORIA DE ELVILLAR. CAPÍTULO 13 LA ERMITA DE SAN GINÉS Y LOS DESHEREDADOS.

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UNA HISTORIA DE ELVILLAR

Aventuras y desventuras de un "Villarejo" de la familia García de Santiago.

Autor: Daniel Olano Pérez

A Daniel por su creación y amistad.

Estos hechos comienzan a finales del S. XII y terminan a mediados del S. XIII, en plena Edad Media, y narran la vida de un VILLAREJO nacido en el seno de una familia y en una época, quizás, equivocada.

CAPÍTULO 13

LA ERMITA DE SAN GINÉS Y LOS DESHEREDADOS

Habían transcurrido tres semanas desde su llegada a la aldea, todo parecía estar bien, pero a Juanillo machaconamente le rondaba una pregunta en su cabeza.

-¿Qué diablos había pasau pa que tantas pequeñas aldeas del entorno hayan desaparecido casi de repente?

Era una pregunta recurrente que casi diariamente se le presentaba y por más vueltas que le daba, no sabía responder. Hasta que, por fin se le ocurrió una cosa: "Haría una ronda por el pueblo preguntando a los vecinos si conocían a los que habían llegado durante estos últimos años, y así hablar con ellos"

Así lo hizo Juanillo, recorriendo casa por casa y rincón por rincón del susodicho pueblo, comenzando a extraer algunas respuestas a sus preguntas.

Casi todas ellas le indicaban un punto concreto que podía ser relevante...ese punto era San Ginés, donde, desde hace mucho tiempo existía una ermita con el mismo nombre, rodeada por unas pocas casas derruidas y que él conocía aunque nunca la había visitado.

Presto Juanillo, montó en su caballo Alazán, ordenando que le siguieran tres soldados del castillo fuertemente pertrechados y con sus correspondientes monturas, más una buena cantidad de alimentos por si se alargaba la cosa o sufrían una emboscada, y allá acudieron al trote.

No distaba mucho del pueblo, algo más de una legua, pero era muy peligroso pues se acercaba bastante a la frontera castellana que lindaba justo al otro lado del Ebro y muy cerca del despoblado de Assa, como a dos leguas de Elvillar, que era el fin del reino de Navarra y al que dicho río lo bañaba.

Se acercaron a la ermita con sigilo. Desde allá se oía correr el agua cantarina de un pequeño riachuelo llamado por el mismo nombre de la ermita, San Ginés, cuando al poco, el llanto de un niño o niña, llamó su atención.

Provenía del interior de aquella pequeña iglesia y entraron con precaución.

En un rincón, al fondo de la misma, estaban acurrucados muertos de miedo y vestidos con harapos, unas cuantas personas junto con unos mocetes y niños desnutridos que se refugiaban con temor tras las personas mayores...

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