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domingo, 21 de enero de 2024

PARA SALIR DE LA IGNORANCIA Y EL ENGAÑO... LEE LIBROS DURANTE TODO EL AÑO: 9 EL SOLDADO DEL BOTÓN MAGENTA. ERNESTO OLANO.

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PARA SALIR DE LA IGNORANCIA Y EL ENGAÑO... LEE LIBROS DURANTE TODO EL AÑO.


9 El soldado del botón magenta.

Autor: Ernesto Olano.



A Ernesto Olano por su entrega
hacia los demás.



<Ahora mismo, uno de los peores olores que me sobreviven es, sin lugar a dudas, el que desprendían los caballos en las cunetas. Aquello te arrastraba al vómito. Muy desagradable también a la vista: animales nobles con sus vientres hinchados y abandonados de la misma manera que uno se desprende de una postilla.

Pero la guerra era así y estaba plagada de olores igual de nauseabundos o peores, pues a cada cual se le atravesaba uno. Las trincheras estaban llenas de olores y de soldados. ¡Soldados! Todos vestidos de azul horizonte. Vaya nombre para un color tan crudo y limitado. Un soldado sólo podía ser aguerrido, impecable, varón, duro, dispuesto, patriota, valerosos, celestial; pero yo... yo...>

Lucas Maes



LA CARTA. 
París actual, febrero 1928.

La Gran Guerra. Aquella barbarie nos marcó para siempre. Rompió con todo lo conocido hasta entonces. Cuatro años de cuerpos mutilados y caras desfiguradas que retornaban incapaces de sostener ni una cucharilla. Millones de muertos. De ella salimos hechos añicos por muy vencedores que nos sintiéramos. Y luego las toses que poblaron los años siguientes y las huelgas y los levantamientos. Aunque si de algo nos podemos sentir orgullosos los franceses es de nuestra mala memoria; una suerte que nos facilitó perder el miedo sin aún haber pasado página. De la desolación a las fiestas desenfrenadas, y del luto a los modelitos de Coco Chanel. Todo sin tiempo para asimilarlo. De pronto reíamos como si nos pagaran por ello. ¡Menudos somos cuando nos ponemos!...


Al entrar, la puerta accionó un cascabel que colgaba de marco. El camarero ni me miró.

-Buenos días. Entiendo que usted debe ser Alphonse Renoir. -Y desde una de las esquinas, la voz de mi confidente me reclamó con cierta sorpresa mientras yo seguía admirando el lugar-. Vaya, me lo imaginaba con más edad.

Lucas estaba ya sentado. Apenas había nadie más allí, sólo un viejo que, a pequeños sorbos, se tomaba una copichuela. En cuanto a Lucas, no le convencieron mis veintinueve años recién cumplidos. Él estaba con un periódico que dobló tres veces antes de señalarme el lugar que debía ocupar en la mesa. Yo también quise saludar:

-Sí, ese soy yo: Alphonse Renoir. Estas trazas de cartulario me delatan allá donde voy. Buenos y frescos días. Espero que pronto empiecen a subir las temperaturas, este invierno está siendo terrible. Como dice mi madre: <Para febrero guarda leña en el leñero>.

Es cierto me lie a decir sandeces. Cuando constaté que el soldado no iba a entrar en conversaciones facilonas, allí mismo dejé las frases hechas y le extendí la mano para preguntar por su nombre.

-Encantado de conocerle, señor...

-Señor M -me respondió seco, sin adornos, incómodo-, dejémoslo en señor M. Creo que así es como debería de referirse a mí en lo sucesivo. También a lo largo de su posible artículo. Señor M a secas.

Levantó el gesto para quedarse en mí y después de un ceñido carraspeo, continuó.

-Hágase a la idea de que no tengo nombre...


LAS TRINCHERAS
Frente Occidental, 1916.

<Éramos muy inocentes. Aún nos veíamos guapos con el uniforme aquel del que no encontrabas cuatro piezas iguales. Y como todavía no habíamos entrado en combate, para nosotros todo era una genial aventura. Creíamos que la guerra sería ver alemanes cayendo a nuestro alrededor mientras corríamos por amplios campos floridos. Qué engañados estábamos, señor Renoir. Cuánto odio nos habían inculcado hacia aquellos diablos luteranos; cuánto... Empujados por ese ardor guerrero hasta nos gustaba la sopa de guisantes, y eso que las legumbres siempre estaban secas. Perdíamos el tiempo bordando en las solapas: 73 regimiento de fusileros>

Ypres seguía en pie sólo en algunas zonas, en otras tenía ya las cicatrices de la avanzada enemiga. Aquel lugar llevaba dos años de embestidas intermitentes y volvía a ser el escenario elegido para una nueva batalla. ¿Qué tendría aquel lugar? Lucas acababa de cumplir los veinticinco años y entre su equipaje se había llevado un libro: Madame Bovary, claro...

El dieciocho de octubre de 1916 por fin se hicieron efectivos los reemplazos y tanto Lucas como Pascal, y también Bouchet, fueron enviados a primera línea pertrechados de fusil, bayoneta, una pala y una cantimplora. Urgía abrir nuevas vías de enlace para abastecer al ejército francés y tratar de sorprender al enemigo. Kilómetros de túneles. Las tropas se alternaban en las trincheras a fin de evitar que claudicaran en espíritu. Las deserciones y los tímidos motines se solventaban a base de fusilamientos que ponían a todos firmes...

El humo y la pólvora lo inundaban todo.

-¡Lucas! -gritó Pascal- Pégate a mí. Sígueme. Yo te cuido, tú me cuidas.

Pero una ráfaga que pasó a escasos centímetros del soldado Maes le dejó sordo y aturdido. Lucas no pudo escuchar a Pascal, que echó cuerpo a tierra en un acto reflejo. Todo el mundo trataba de salvarse.

A Lucas le estuvieron zumbando los oídos un buen rato, rato en el que, por suerte, el fuego de mortero no quiso emplearse con él. Se mantuvo errático, como un boxeador sonado hasta que al fin logró reaccionar. No podía seguir quieto y por eso, tras volver en sí, empezó a buscar a sus amigos entre la muchedumbre. Cerca de él apareció Bouchet que a rastras llevaba a un fusilero herido. Intentaba ponerlo a resguardo. Lucas seguía en shock, pero quiso ayudar...

El fusilero herido tosía. Tenía una herida muy fea en el estómago. Tenía los ojos abiertos y miraba fijo como queriendo atrapar sus últimos segundos de vida. <Te pondrás bien>, le dijo Lucas acercándose al muchacho, pero Bouchet lo tenía claro. En cuanto Lucas levantó un poco la vista, este le corrigió con un leve gesto de cabeza. El fusilero tenía una dentellada que ni con cuatro manos como las de Bouchet se podía taponar...


EL MALETÓN
París, La Petite Chanson, 1926.

Y leí la novela que Lucas me había prestado: Madame Bovary. Extenso libro. Me gustó, aunque el trágico final de la protagonista me produjo una profunda desazón. ¿Por qué aquella novela?, ¿acaso pretendía mi confidente quitarse la vida? Muy improbable. No parecía ser de ese tipo de personas, pero sí empecé a sospechar que antes o después acabaría hablándome de pasiones ocultas, de tentaciones y precipicios a los que uno no puede evitar asomarse...


DONATIEN FORTABAT


Aquel oficial de figura imperial era Donatien Fortabat y aquella misma tarde, para escarmiento de todos, se encargaría, revolver en mano, de ajusticiar a los culpados sin juicio previo que tenía a su espalda...

Y llegado el momento, y cuando por fin era suya toda la atención de los uniformados, aquel ser sádico, feroz, narcisista, pidió por las cuatro almas que iba a ajusticiar una oración plagada de cinismo...

Mientras Donatien Fortabat hablaba, Lucas no podía dejar de fijarse en uno de los reos, estaba convencido de saber quién era, pero no terminaba de estar seguro. Fue un gesto del sentenciado el que le hizo salir de dudas. Fue su forma de llorar hacia adentro con un tic nervioso que no le permitía dejar de parpadear. Efectivamente, se trataba de Perpignan, del raquítico Perpignan, el mismo muchacho que días atrás fuera incapaz de encenderse un cigarrillo. Insistía el alto mando en el discurso mientras las ramas de los tejos gemían al fondo. Y Perpignan lloraba de una manera compulsiva.

Después empezaron a sonar detonaciones: ¡Pum! ¡Pum! Dos por condenado y cabeza. Condenados que esperaban con las manos atadas y la vista en el suelo. Cuando le llegó el turno a Perpignan, este paró inmediatamente de llorar. Fue valiente en ese preciso instante. No se movió. No dijo nada. Quizá nunca fuera cobarde. Por suerte, la cabeza de Perpignan ni siquiera estaba allí cuando recibió los disparos. <Menos mal>, suspiraba Lucas al contármelo. La mente de Perpignan estaba con su familia, seguro.

Alta traición. Palabras excesivas para nadie. Traición. La patria ante todo. ¿Y dónde quedábamos nosotros, las personas? ¿Acaso la patria no se comprende de personas? ¡Personas! Cada cual con su propia individualidad. Valientes, con bigote, sin él, también cobardes, pero merecedores de vivir. Personas calladas, charlatanas como Bouchet, altas, bajas, mujeres, niños, judíos, gitanos... ¿Quién decide quien es digno de vivir?, ¿un oficial? ¡Un oficial! Cerré los ojos cuando ese malnacido ejecutó a Perpignan...


CORRE, ¡CORRE!

<Nosotros los soldados, éramos polillas, pero mancas. Queríamos volar aunque solo tuviéramos un ala y, llegado el caso y si fuera necesario, a base de morder el viento. ¿Por qué no? Saltar y atarnos a su cola de un mordisco. Así de fácil, así de imposible. Es cierto señor Renoir, no habíamos ido hasta aquel enclave para convertirnos en tumbas y por eso seguíamos tratando de volar.

Pocas cosas buenas se podían extraer de la guerra, casi ninguna, pero tenía una virtud que no se le podía negar: sabía separar a los que querían vivir de los que querían matar. Nosotros simplemente queríamos vivir>.

Imposible olvidar aquellas palabras del señor Maes...


-¡Fuego! ¡Fuego!

Fue lo primero que se le ocurrió. El asunto estaba en llamar la atención, crear desconcierto. Y enseguida empezaron a encenderse ventanas que lo pararon.

Entonces fue cuando Lucas salió.

Con las dos partes siquiera diferenciadas uno de los violadores preguntó:

-¿Dónde está el chico? -Era el maldito oficial, el inhumano Donatien-, Philippe, cariño, ven con papá.

Sus palabras sonaron terroríficas. Hasta los gatos que hurgaban en las basuras se estremecieron.

-¿Qué chico? Aquí no hay ningún chico -se atrevió a balbucear Bouchet...

Dio igual, Donatien Fortabat podía estar muy ebrio, pero no se había olvidado de ver y pronto localizó al chiquillo. Philippe tenía su camisa blanca rota. Y una herida en la ceja. Y arañazos por todas partes. Y algo de sangre en el labio. Y el alma hecha añicos...

-Quitaos de en medio, a ese chaval voy a hacerlo un hombre. No pasa de hoy sin que pruebe a un alto mando del ejército francés. A los maricas los paso por el sable. ¡Apartaos!...

-Ni se le ocurra dar un paso más, oficial. Quieto o disparo. Todos quietos. ¡Quietos!

Lucas se cuadró bien para apuntar directo al corazón de Fortabat. Después comenzó a caminar hacia atrás con idea de dar aquel entuerto por concluido...

-No puede disparar a un oficial. No sea estúpido, soldado. Suelte inmediatamente ese fusil y denos al chico. Yo soy el que promete no recordar mañana su cara. ¡Ahora suelte ese fusil! No se condene por un puto...


LA FUNCIÓN

-Damas y caballeros, mis queridos soldados y libertadores del pueblo...

-Son tiempos de cartas en el frente, de reencuentros y despedidas entre líneas. Son tiempos de lecturas inmortales. Nunca los libros nos abrieron tantas ventanas por las que escapar. Por eso voy a recitar unos versos de Guillaume Apollinaire, el poeta soldado...

-Dedicado a todos aquellos que en algún momento se hayan sentido amados o hayan amado con todo su corazón:

<Canta un pájaro no sé dónde
debe ser tu alma siempre en vela
que entre los soldados se esconde
su canto me alcanza por la vereda.

Te escucho cantar en mi mente
no sé desde qué rama cantas
mas noche y día eternamente
nunca tu tacto me falta.

Qué decir del pájaro que ama
su vuelo siempre me alimenta
del alma que canta en la rama
de amor el cielo y cielo en magenta.

Ave del soldado que trae amor
y es mi amor una hermosa niña
una tan bella en mi corazón
incansable a mi lado trinas.

Ave azul como la razón
azul que en mi pecho llora
haz que oiga tu dulce canción
y calle la ametralladora.

Que desaparezca esta lejanía
que la luna sea tu balcón
va así la noche va así el día
amor, tú eres quien me da valor>

Y estrofa a estrofa, Philippe fue leyendo aquellos versos. Se dejó llevar a pesar de que le temblaba la voz y, con esa verdad que se percibía en cada una de sus palabras, mantuvo a la audiencia en vilo. Así hasta que terminó.

Segundos después, el público comenzó a ponerse en pie. Los militares tardaron en levantarse un poco más, pero al final rompieron con su rigidez marcial para acompañar a los demás que ya estaban aplaudiendo. No hubo ni uno solo que no aplaudiera...




LOCUTOR Y PRODUCCIÓN: SANTIAGO CERRO, EL GORRIÓN DE LAS ONDAS.


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2 comentarios:

Rebeca Aracil Illan dijo...

Mientras estaba haciendo un bizcocho, escuché la magia de «El Gorrión de las Ondas» que hoy ha traspasado todo lo que podía imaginar. Muchas gracias por hacerme viajar de una forma distinta a cuando leí la novela: El Soldado del botón Magenta, de Ernesto Olano. Gracias a ambos, la novela me ha encantado y el audio ha sido el complemento perfecto, ¡gracias! : )

Santi el montador dijo...

Muchas gracias a ti por viajar con mis ondas. La novela merece la pena y habla por sí sola espero que la lean muchas personas. Gracias Rebeca.